No hizo falta leer ni un sólo indicador, ni mirar de nuevo el mapa, no hicieron falta horas y horas sentado frente al libro intentando memorizar datos, fotografias y nombres, sin apenas saber que la "eme" con la "a" se lee "ma", ni sumas, ni restas,...
Sin apenas saber orientarse, con la necesidad de otros ojos que miren por él, de fuertes brazos que lo empujen, de unos labios donde interpretar, ¡¡detente!!, fue mucho mejor su sabiduría y un tanto más extraño su desconocimiento, pero lo curioso, lo que me asombró, es, como pudo despertar la pena el reconocerlo a lo lejos, recortado en la puesta de sol, y se lo presentaba a su acompañante...
Los cementerios de cada pueblo, se pegan sobre el horizonte, idénticos, iguales, como un patrón de cipreses oscuros y murallas en sombra se hacen reconocibles a los ojos de cualquiera, aunque le cueste un gran esfuerzo escribir su nombre y saber porque pueblo acababa de pasar, en la despedida de su viaje se topó con uno a cada rodada de autobús, y la emoción de ver un deportivo blanco a gran velocidad, o un enorme camión cargado de ganado se mudaba en susurro al invitarlo a mirar el cementerio, como despidiéndose de cada ser querido que enterró, y yo cómplice de la soledad familiar en la que vive, lo escuchaba al otro lado, sin atreverme a mirar sus ojos llenos de acuosa pena, sin intentar decir nada para no romper ese momento en el que se proclamaba sabio por encima del mundo, el gran descubridor de la muerte, el eterno carente de caricias y palabras amables, errante, muerto en vida...
...Ah, lo vi, irse sólo, montado en el autobús que acababa de expulsar una amalgama de maletas, bienvenidas y preguntas, seguro que esa noche, le contó a cada rincón de la casa sola las experiencias amables de toda la semana.
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