Si amputara cada dedo insurrecto que se amotinó apuntalando a las vergüenzas desmembradas de quien mira con los ojos caídos de mirar, estrecharía la mano a un sin fín de muñones indecentes y bocetos infantiloides de manitas desangradas.
Ante el horror realista de una pintura infantil ningún alma cándida se resiste, toda la frivolidad adulta y la cultura experimentada se vuelve de espaldas frente a los trazos primarios de estos aprendices de juez, y con razón, nadie quiere ver la verdad retratada con tanta vida.
Es después, mediante un justificado juego de patio de recreo, cuando comenzamos a ocultar las desgracias que la verborrea lúdica del niño pudiera acometer con sus comentarios hirientes, camuflando tal acto de liberación con un desacato a la autoridad y una rebeldía subliminal que pone de manifiesto la falta de civismo que nos amenaza ultimamente...
Estaban ahí, tan tranquilos, tan crecidos, desesperantes e imperturbables ante la desgracia del anciano abandonado que arroja sus huesos en un banco cualquiera para viajar al pasado, quizás absorviendo la energía infantil de los cuervos que escarvan a su alrededor, energía transformada en hambre de vida, fuerza y cariño que los cuervos que crió tal vez se llevasen con sus ojos, como bien dice el refranero.
Ellos estaban ahí, y yo, y toda la ciudad, estabamos, pero invisibles e impotentes ante el griterío de un desafortunado mal encuentro en un parque más, en el que las rapaces que sobrevuelan la cáceres esta vez bajaron acechantes a por la vejez despellejada del abandono, espero que mandados por ese ciclo de la vida en el que la naturaleza ordena acabar con el más débil y no por simple burla infantil de los cazadores en tropel...
No quise saber como terminó la caza
No hay comentarios:
Publicar un comentario